Quien lo ve armado con su raqueta, unas vendas en las rodillas como única protección y moviéndose con habilidades casi felinas, no imagina que este tenista sobrepasa los 80 febreros.
Se llama Roberto Cabrera, y es un hombre que ha demostrado que la juventud es un don que nos da la vida y aunque se pierde con los años, a pesar de que con el paso del tiempo se extingue lo bello y se ensombrece lo vital, todos tenemos el derecho de negarnos a dejar que la vejez nos consuma.
Roberto, nacido en el municipio cubano de Sancti Spíritus, encontró en la práctica del tenis de campo una nueva forma de prender su espíritu, aún cuando son 81 los años que carga sobre su espalda.
Este sastre de profesión todavía empuña con destreza una raqueta y golpea sin compasión la bola que le pongan delante. Su historia con este deporte inició en sus años mozos a su llegada a La Habana y según sus propias palabras, llegó por casualidad.
«Yo era de los que jugaba béisbol, como cubano al fin, pero en 1959 logré asociarme al Club Habana. Fue durante mi primera visita al lugar que me otorgaron una taquilla que para mi desconcierto, estaba llena de raquetas y pelotas de tenis», cuenta.
«Al principio pensé que se trataba de una equivocación pero no, fue entonces que empecé a jugar como se dice, «a lo loco», sin un entrenador, solo yo y un amigo mío. Fue con 21 años que el entrenador Félix Millán decidió prepararnos porque vio nuestras habilidades sobre la cancha.
«En 1973 comenzamos a asistir a competencias hasta que logramos entrar al equipo nacional de Cuba de tenis de campo, y llegamos a ser la segunda pareja del país. Nos llamaban los dos Robertos, porque mi compañero se llamaba igual que yo», relata el veterano.
Según su relato, por falta de entrenadores tuvo que asumir durante un largo tiempo la labor de enseñar a las nuevas generaciones de tenistas, entre ellos a varias figuras que consiguieron ser campeones nacionales bajo su dirección.
Víctima de un grave accidente automovilístico, el cual le ocasionó varias fracturas en el cuerpo, se vio obligado a renunciar a las canchas, aunque aún se niega a dejarlas por completo, pues todavía lo vive y sufre con el poco desarrollo que impera en esta disciplina en Cuba.
No obstante, al octogenario atleta, en las mañanas de martes y jueves se le puede ver compitiendo con bríos casi de adolescente contra otros experimentados del tenis y jóvenes estudiantes de la Universidad de las Ciencias, la Cultura Física y el Deporte de la capital habanera.
Y lo mejor es que le queda un consuelo aún mayor que sus ratos de juego, un nieto que decidió ser tenista, siguiendo los pasos del abuelo y que hoy en día, destaca dentro de la selección nacional de Cuba.
«Mis tres hijos no quisieron saber nada del tenis, optaron por la música. Por eso mi nieto es mi orgullo, aunque a veces no le gusta jugar conmigo porque dice que estoy muy viejo», asegura sin poder evitar que una risa satisfecha le aflore en sus arrugados labios.